miércoles, 8 de enero de 2014

DIMISIÓN


Mis palabras para ti
jamás llegaron
con la potencia
con la cual las disparé.

Tiré a matar,
te lo juro.

Justo al mango.

Puse mi cara
más enamorada
y tiré
una,
dos,
tres,
muchas veces;
perdí la cuenta.

¿Adónde quedaba,
entonces,
mi entrenamiento?

Me enclaustré
varios días,
con una foto tuya
pegada a la pared.

Y ahí,
solo en mi gruta,
declamaba
para tu imagen.

Y nada…

El gesto del retrato
no cambiaba,
no se conmovía.

Decidí entonces
irme a la mar.

Me desnudé
y me sumergí
progresivamente
en la ondulada
grandeza del ponto.

Pedí consejo
a las olas.
He aquí
lo que me dijeron:

“Renuncia.
Suplica por el olvido.
Hazte sumir en la indiferencia.
Detén la poesía.”

Regresé
a las montañas
a mi gruta.

Tomé tu retrato
y lo entregué
a un sacerdote:
“Es el diablo, padre”