miércoles, 3 de noviembre de 2010

Dialéctica del Aburrido

Aún siento aquella marea en el estomago, la energía sin canalizar. Escribo para darle un cauce y calmarme. En otras ocasiones, al sentirme así, encendería el televisor; desagüe de energías vitales. Al sentarnos frente a este recibimos pasivos su descarga luminosa, dopando y entumeciendo los impulsos vitales que nos invaden constantemente. Pero ya ven, he decidido no hacerlo y enfrentar la terrible angustia del aburrimiento, que creo que ahora puedo definir como la zozobra de no saber qué hacer con la energía vital. Pensando de esta manera tenemos entonces que diferenciar este estado del otro al que también hacen referencia con el mismo término, y es la ausencia de deseos de hacer cualquier cosa (síntoma que también suele tratarse con la televisión). El no querer hacer nada no puede ser “aburrimiento” porque este es en esencia lo contrario. El aburrido peca por entusiasmo desperdiciado, mientras que la carencia del mismo puede denominarse como “depresión”. El deprimido no está aburrido. El aburrido no sufriría si estuviese deprimido pues estaría libre de aquella energía rebosante. El deprimido por su parte no corre jamás el riesgo de estar aburrido, pues el no-hacer es su estado natural y por tanto no le es angustiante. El aburrido se cura cuando ha hallado algo que hacer. Para el deprimido el proceso varía sustancialmente. Puede bastar el más leve estímulo para animarlo, hasta llegar incluso al punto del aburrimiento; como pueden tomar periodos muy variables de quietud, letargo y dejación en los que, al parecer, se reconstituyen las energías. Igualmente, el aburrido que logra escapar de su estado peligra, pues el entusiasmo desmedido puede llevar a la pérdida total de energías y caer en estado de depresión. Admirad pues lo delicado de este asunto. Sin embargo algo queda claro: es mejor estar aburrido que deprimido.