miércoles, 13 de enero de 2016

Pretendiente Disidente


Alexander y Rosa llevaban saliendo un par de meses. Dando cumplimiento a los ritos del amor, llegó el día en el que él conocería a los amigos de ella.  Fueron todos una tarde a un café. Él se mostraba amable, consciente del importante paso que se daba en su relación aquel día; “El visto bueno del círculo social de la pareja es imperativo.” pensaba. Sin embargo, no hubo que esforzarse mucho, pues ellos le agradaron sinceramente y viceversa. Los amigos de Rosa eran de buen conversar, dispuestos al corrillo y a bromear.

La tarde caía,  jovial y tranquila, y tal vez fue la luz crepuscular la que dio paso al tema obligado de toda tertulia: La Literatura. Para Alexander este punto era esencial para definir el carácter de las personas, e igualmente mostrar el suyo ante los demás.

Se mencionaron los títulos esperados y consabidos: los libros obligados del colegio y alguna lectura existencial hecha en el ardor de la adolescencia; luego los clásicos de aquí y de allá, y uno que otro chisme de la vida bohemia de los autores.

Alexander se sentía cómodo en el tema, sacando a relucir, vivaz,  teorías de índole narrativa o simbólica que producían gestos de aprobación entre los presentes.  Miraba a los ojos a Rosa y casi que la oía suspirar por tener un novio tan docto y elocuente. Así Alexander comenzó a sentir una inexplicable alegría en su interior, y él la calificó como el presagio de un futuro feliz con Rosa. Mas esta sensación fue cortada de un tajo  al escuchar esta frase:


“Mi filosofía de vida está basada en “El Principito” ”

Como era de esperarse, Rosa y sus amigos aprobaron al unísono, y cada uno fue suspirando a medida que venían sus recuerdos particulares con aquella obra.  Excepto Alexander, que odiaba el libro.

Todos comenzaron a recitar pedazos de memoria, inventando voces para los personajes. Recordaban una cosa que dijo el zorro o una frase del principito. Comparaban a los habitantes de los planetas de la historia con alguna persona que conocían.  Decían qué edad tenían cuando leyeron el libro “la primera de diez veces”. Algunos sacaron su cuaderno del principito, su billetera del principito o su lapicero del principito, intercambiándoselos sonrientes. Y Alexander, callado, mirando al suelo.

La actitud de su novio extrañó a Rosa. “¿No te lo leíste? ¡Yo te lo presto!” – dijo ella, inocente.  

Hay extraños juramentos que nos hacemos a nosotros mismos en determinados momentos de la vida. Y en ese instante él haría efectivo el suyo: revelar su venenoso odio contra “el pequeño rubio sabelotodo”.

“No me gusta ese libro”- dijo, seco.

Reacción colectiva de indignación. Algunos se llevaron las manos a la boca, atónitos.

“Pero, mira que…”

Y comenzó el sermón de todo el mundo, que ya Alexander se sabía de memoria: las metáforas y la vida moderna y el niño interior y la vigencia del texto y todo lo que siempre decían.

“No, no me gusta. No me gusta”  repitió, categórico.

Y se redoblaron las argumentaciones de Rosa y sus amigos, que comenzaban a tener un amargo tono de recriminación. Hasta llegar a un punto en el que rodaron lágrimas de desengaño e incredulidad por las mejillas encendidas de la triste muchacha, que ahora veía en su novio a un ser tan mezquino que no podía ni compararlo con los personajes más viles del libro.

Sabiéndose en una historia repetida, Alexander aceptó de nuevo su papel de villano y comenzó su bien estudiada diatriba:

“¡Reniego de su pequeño redentor, ídolo espacial y niño eterno! Quédense con él y ámenlo, que por mí, puede perecer mil veces más en ese desierto.

Ojalá y se lo coma la tal boa y que en sus entrañas lo pise el tal elefante. Así habrá deseado que fuera sólo un sombrero.

Que explote su asteroide, nido del egoísmo, y que se haga basura espacial que flote por siempre en el éter.

¿Cómo voy a saber que hay en la caja? Puede haber cualquier cosa y simplemente puedo mentir sobre su contenido. Porque eso es lo único que es en verdad esencial e invisible: ¡las mentiras! ”

***


Sobra decir que Alexander se quedó soltero y que nadie volvió a juntarse con él.



Fin. 

domingo, 3 de enero de 2016

Peatón con resaca


Mírenlos
tomados de las manos
muy seguramente
van por un helado


Sus sonrisas
blancas
perfectas
enmarcadas
en rostros saludables
que no trasnochan
ni beben
ni lloran


Un cachorrito
corre hacia ellos
ladrando alegre
atraído
muy seguramente
por ese halo de virtud
que a mí
me enceguece