lunes, 11 de febrero de 2013

Oda al poeta que quise ser

Hubo un tiempo
en el que cantaba
a las calles,
a los neones y
a la divertida desidia
de mi primera juventud.

Esta nostalgia
se hizo melancolía
y las calles
ya no me enamoran
se me hacen sosas
y vacías.

Ya no canto a nada
y espero un golpe de fuego.

Tan sólo soy
sombrío espectro:
vagando entre recuerdos,
reviviendo heridas,
enfermizo y lento.

El mundo avanza
y yo sigo quieto.
Ergo, he muerto.

Todo esto se dio,
lo sé muy bien,
cuando el amor dejó
de ser misterio:
se convirtió
en otro inmueble
y perdió así
su fuego arrebatador.

Comprendo bien,
eso sí,
lo que llaman desamor:
es la amarga certeza
de que el otro
se escapó,
lo perdimos,
o murió.