domingo, 5 de diciembre de 2010

¡HELO AHÍ!

Soledad, era lo único que me faltaba para emprender mi camino en silencio. Iluminado por el chuzón definitivo, emprendería mi más lejano viaje. Todo estaba dispuesto y nada impediría mi ascenso a la nada, siempre tan anhelada.

Mientras la sustancia comenzaba a recorrerme, abriendo el abismo al que me lanzaría, me sonreí pensando en la terrible libertad que me esperaba. Todo palidecía a mi alrededor y podía sentir el abandono etéreo ejecutándose. El aire se acababa a pesar de la ventana abierta donde se veía el cielo al que no iría; ya no podía moverme pero tampoco quería hacerlo; La maquinaria de mi cuerpo se apagaba; se me había ido la mano.

Pero entonces, sonaron los golpes inquisitivos a mi puerta. Escuchaba mi nombre, pronunciado con la ternura de quien te aprecia. Pero por mi mutismo insalvable, el llamado se tornó en un grito desesperado, como el que yo emitía desde adentro mío. Me desvanecía inevitablemente; eso es el miedo. Aún no cerraba los ojos y pude ver la puerta cayendo, lentamente. Después sombras se acercaban a mí y me decían algo que ya no alcanzaba a entender. Todo se puso negro.

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